Es imprescindible, cuando todo parece fallar, contar con un espacio interior que sirva de refugio. Cuando acumulamos tensión, cuando sentimos desasosiego, es importante buscar contención en un ámbito donde poder sanar y recuperarnos.
Esta meditación sencilla relaja el cuerpo rápidamente, y se puede practicar cuando la necesites, en cualquier momento o lugar. Sólo hace falta usar la imaginación.
- Primero, nos sentamos con comodidad, con los ojos cerrados. Sentimos el cuerpo sentado.
- Hacemos unas respiraciones lentas, profundas y conscientes, siguiendo con atención nuestra inhalación y exhalación durante unos segundos.
- Imaginarnos en un lugar seguro y tranquilo. Tal vez se trate de un lugar que ya conozcamos, o simplemente un lugar que imaginemos, donde podamos sentirnos bien. Puede ser una playa, un lugar en el campo, o el que nos guste.
- Nos tomamos todo el tiempo necesario para imaginar los detalles del lugar de la forma más vívida posible. Es decir, lo que sentimos y percibimos estando allí sentados: los sonidos que oímos, los colores y formas que vemos, la sensación de la brisa o del sol en nuestra piel, el contacto de los pies con el suelo. Cuanto más real sea la experiencia, mayor el efecto de calma y protección que sentiremos.
- Nos permitimos entrar en la relajación y podemos descansar en esas sensaciones de bienestar, seguridad y paz que genera este lugar tan especial, lejos de toda amenaza, peligro o interrupción.
- Quedarnos allí todo el tiempo que queramos.
Cuando hayamos terminado, nos damos unos segundos para hacer la transición al lugar donde estamos haciendo la práctica. Luego abrimos los ojos mientras seguimos disfrutando de todos los sentimientos placenteros y positivos que esta práctica nos brindó.