Por Virginia Francisco
Meditar es ir prendiendo luces. Para quitar la oscuridad, la alumbramos con una luz. La capacidad de darnos cuenta, de ser conscientes, es igual a una luz que alumbra. Donde sea que la enfoquemos, hace de lo oscuro algo iluminado, y por lo tanto deja de existir en ese mismo momento, como una sombra deja de existir en el momento en que la ponemos bajo la luz.
Meditar es prender todas nuestras luces, como si nuestro espacio interno fuera un estadio totalmente iluminado. No es necesario siquiera luchar contra la oscuridad, porque por el mismo efecto de la luz, toda sombra es desalojada de inmediato, no importa cuánto tiempo estuvo en nuestro interior.
Ahora bien, cuando observamos con agudeza nuestras experiencias dolorosas, vemos que lo que nos asusta, atormenta, preocupa o enoja no es para nada la situación que nos pasa ni lo que otro hizo o no hizo, sino lo que pensamos y creemos sobre eso. Ejemplos de estos pensamientos y creencias son: “Esto no debió suceder”, “Él/ella tendría que haber dicho/hecho…”, “No voy a poder…”, “Jamás…”, “Nada es seguro”, y la lista sigue.
Tomar conciencia del pensamiento que te enoja, asusta o entristece te permite ver la causa de tu enojo, miedo o tristeza, y separarlo de la situación concreta como “la historia que yo me cuento de esta situación”. Tener un pensamiento que contradice la realidad implica pelearse con lo que es: una locura que nos lleva a sufrir.
De la mano de la meditación, vamos con la luz de nuestra conciencia a nuestros rincones más oscuros, donde se aloja nuestra insatisfacción, bronca, tristeza y dolor, sostenidos por ciertos pensamientos y creencias, la mayoría no reconocidos por nosotros. Por cierto, la exploración más fascinante y valiosa que podemos hacer porque saldremos iluminados por la verdad reconocida, que desaloja para siempre la sombra de lo que imaginamos o creemos ser.
Y así sanamos. Así nos liberamos. Alumbrando una cosa por vez, hasta que no quede nada más por alumbrar: hasta que la verdad nos haya hecho libres.
Es a la luz de esta comprensión, que alguien como Byron Katie afirma: “Lo peor que te puede pasar es un pensamiento”.