por Roshi Joan Halifax
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La esperanza siempre me molestó. No me parecía muy budista tener esperanza. Hoy en día, para muchos tener esperanza parece totalmente en vano ya que nos encontramos en medio de una pandemia global donde miles están muriendo, se derrumban las economías del mundo, el sistema de salud se enfrenta a desafíos sin precedentes, los clínicos se ven confrontados con dilemas morales desgarradores y la catástrofe climática continúa desarrollándose.
El maestro Zen Shunryu Suzuki Roshi dijo una vez que “la vida es como poner un pie en un barco que está a punto de zarpar y hundirse.” Ciertamente, pareciera que nos estamos hundiendo. Y al tener esta sensación de hundimiento coloreando mi mundo, no podía yo mencionar la palabra “esperanza” sin sentir que estaba traicionando la realidad.
Pero el año pasado, como una rareza, me volví esperanzada y decidí que quería observar la esperanza más de cerca. Comencé mi exploración mirando lo que la esperanza no es. Y me resultó claro ver que la esperanza no es la creencia de que todo va a salir bien. La gente se muere. Hay poblaciones que desaparecen. Civilizaciones que mueren. Planetas que mueren. Estrellas que mueren. Recordaba las palabras de Suzuki Roshi: ¡El barco se hundirá! Si miramos, vemos la evidencia del sufrimiento, de la injusticia, de la futilidad, de la desolación, del daño, del fin de todo lo que nos rodea y de lo que está dentro de nosotros. El virus es un buen ejemplo. ¿Quién se podría haber imaginado lo que iba a pasar? Seguramente, no la mayoría de nosotros…
Pero debemos comprender que la esperanza no es una historia basada en el optimismo, de que todo va a salir bien. Los optimistas imaginan que todo tendrá un resultado positivo. Yo he llegado a considerar que este punto de vista es peligroso; porque ser optimista significa que uno no debe incomodarse; que uno no debe actuar. Además, si las cosas no salen bien, lo que sigue es tener una actitud cínica o fútil. Por supuesto, la esperanza también se opone a la narrativa de que todo va de mal en peor, que es la posición que toman los pesimistas. Los pesimistas se refugian en una apatía depresiva o una apatía impulsada por el cinismo. Como es de esperar, tanto los optimistas como los pesimistas se sienten excusados de tener que involucrarse.
Entonces, ¿qué sería tener esperanza sin ser optimista? La novelista norteamericana Barbara Kingsolver lo explica de esta forma: “He estado pensando mucho, últimamente, sobre la diferencia entre ser optimista y el tener esperanza. Yo diría que soy una persona esperanzada, aunque no necesariamente soy optimista. Lo describiría así: el pesimista dice ‘Va a ser un invierno terrible, nos vamos a morir todos’ El optimista dice ‘Va a estar todo bien, no creo que sea para tanto’. Y la persona que tiene esperanza dice: ‘Tal vez alguien sobreviva hacia el fin del invierno, por lo tanto voy a guardar algunas papas en la bodega, por las dudas…” La esperanza es …una forma de resistencia… un regalo que puedo intentar cultivar.
Si observamos la esperanza a través de la lente del budismo, descubriremos que la esperanza sabia nace de una incertidumbre radical que se encuentra enraizada en lo desconocido y en lo que es imposible conocer. Ciertamente estamos inmersos en un tiempo radicalmente incierto. En realidad, ¿cuándo fue posible saber lo que va a acontecer? Sí, los expertos están modelando el futuro, pero no crean el futuro. Incluso, estos modelos nos pueden llevar por un camino equivocado.
Papas en la bodega, pensé… esa esperanza es la manifestación de la sabiduría y de que nos importan los demás, y también es una expresión de una resistencia a la futilidad y a la positividad sensiblera. Este tipo de esperanza, que yo denomino “esperanza sabia” requiere que nos abramos a lo desconocido, a lo que no podemos saber; que nos permitamos ser sorprendidos, perpetuamente sorprendidos. Y creo que la esperanza sabia emerge desde la profundidad de lo preconsciente solamente a través de la vastedad de la incertidumbre radical, de la sorpresa.
Es cuando logramos discernir con coraje, y a la vez darnos cuenta de que no sabemos lo que sucederá, que esa esperanza sabia cobra vida. En el contexto de la improbabilidad y de la posibilidad es desde donde surge el imperativo de actuar. La esperanza sabia no es ver las cosas en forma no- realista, sino ver las cosas como son, incluyendo la verdad sobre su impermanencia… como también la verdad sobre el sufrimiento – tanto la existencia del sufrimiento como la posibilidad de su transformación- para bien o para mal.
La esperanza sabia también refleja la comprensión de que lo que hacemos importa, más allá del “cómo” y el “cuándo” impactarán nuestros actos, a quién o sobre qué, porque no son cosas que podemos saber de antemano. En última instancia, no podemos saber qué resultados se desarrollarán a partir de nuestras reacciones, ahora o en el futuro. Sin embargo, podemos confiar en que las cosas sí cambiarán, como siempre lo hacen. Pero nuestros juramentos, nuestras acciones, la manera en que vivimos, lo que nos importa, y cómo nos importa, todo esto, siempre tendrá importancia de todas formas.
Sin embargo, muchas veces nos paralizamos por la creencia de que no hay nada por lo cual podamos sentirnos esperanzados, que el diagnóstico de nuestro paciente es una callejón sin salida, que nuestra situación política está más allá de cualquier arreglo, que nuestro sistema de salud está quebrado, que no hay una salida a la crisis climática o a la crisis global que estamos enfrentando mientras la marejada de este virus va arrastrando más y más en su camino. Tal vez sintamos que ya nada tiene sentido, o que no tenemos fuerzas, y que no hay ninguna razón para actuar.
Muchas veces digo que debería haber sólo dos palabras sobre la puerta en el templo Zen en Santa Fe: ¡Estemos aquí! Uno podría preguntarse por qué quiero esas palabras sobre la puerta de nuestro templo cuando la desesperación, el derrotismo, el cinismo, el escepticismo y la apatía que existen en el olvido son alimentados constantemente por el efecto corrosivo de la falta de esperanza convencional. Sí, el sufrimiento está presente. No lo podemos negar. Mientras escribo esto otras 5000 personas han muerto por Covid-19. ¿Quiénes eran? ¿Qué personas amaron a estos que murieron recientemente? ¿Quiénes podrían haber sido infectado por ellos? ¿Cómo serán recordados?
La esperanza sabia no quiere decir negar las realidades que debemos confrontar hoy. Significa enfrentarlas, ocuparnos y recordar todo lo demás que está presente, como los poderosos cambios en nuestros valores que reconocen y nos mueven a enfrentar al sufrimiento ahora mismo. Hace 700 años, en Japón, el maestro Zen Keizen escribió: “No encuentres una falla en el presente”. Él nos invitaba a ver el presente, no a huir de él.
Como budistas, compartimos la aspiración por despertar de nuestra propia confusión, de nuestra avaricia, y de nuestro enojo para poder liberar a otros de su sufrimiento. Para muchos de nosotros, esta aspiración no significa tener un programa de mejoría para el “yo pequeño”. Los votos del Bodhisattva yacen en el corazón de la tradición Mahayana y son, como mínimo, una expresión poderosa de la esperanza sabia y de una esperanza contra viento y marea. Este tipo de esperanza está libre de deseos, libre de ataduras, libre de apego a los resultados, y es una especie de esperanza que conquista el temor. No podría ser de otra forma mientras proclamamos: las creaciones son innumerables, me comprometo a liberarlas. Las ilusiones son interminables, me comprometo a transformarlas. La realidad no tiene límites, me comprometo a percibirla. El camino del despertar no puede ser superado, y yo me comprometo a encarnarlo.
Ciertamente, podemos encarnarlo… acompañados por una sabia esperanza.
3 respuestas
Bello… apasionante
Cuanta paz….cuanta verdad….lo que sucede no podría ser mejor….Gracias, Vida.
Vivir el presente con paz y confianza…hermoso! Gracias!