Por María José Iribarne
¿Será el siglo XXI el siglo de la inter-religiosidad? Tal vez haya llegado el tiempo histórico de encontrar los puntos en común entre todas las religiones en vez de resaltar los dogmas que las diferencian. Uno de los rasgos que subyace a todas las religiones es una práctica poderosa: la contemplación. Es poner nuestro foco, con toda nuestra atención, en algo que nos trasciende.
Ahora nos parece habitual que exista una sección de espiritualidad en todas las librerías, que surjan grupos de meditación en los centros urbanos, y que haya lugares donde practicar yoga en todas las ciudades del mundo. Pero no siempre fue así.
Si cabe hablar de un auge de la espiritualidad en la actualidad, hay tres factores históricos, que según Paul Kaufman y Philip Zaleski, autores del libro “Los regalos del Espíritu”, contribuyeron a la propagación de las tradiciones espirituales.
Son:
- La influencia paulatina de las religiones orientales en Occidente,
- El redescubrimiento de la herencia contemplativa en toda América y
- La práctica de tradiciones milenarias y originarias.
Ya sea que vivamos en California, Calcuta o Buenos Aires, nos encontramos inmersos en llamadas “nuevas” tendencias espirituales, pero la realidad es que suelen tener sus raíces en la antigua sabiduría perenne, que es una fuente de conocimiento inagotable.
Podemos decir que llevar una vida espiritual implica que hay una búsqueda consciente y activa por encontrar lo sagrado en la experiencia humana. En el libro mencionado, los autores resumen todo el auge espiritual en un solo concepto: la dimensión contemplativa.
¿Qué incluye la contemplación? La plegaria, la meditación, el mindfulness como también la inmersión silenciosa en la presencia de Dios, que es a lo que se refieren las tradiciones religiosas cuando hablan de contemplación. Ya sean tradiciones de Oriente u Occidente, la contemplación es el camino real hacia lo divino.
Todas las disciplinas contemplativas tienen en común el amor por la quietud, el silencio y la atención. La contemplación nos ayuda a dejar atrás el odio y la envidia para acercarnos a la claridad mental y al agradecimiento. La contemplación nos saca de nuestras fantasías y nos sumerge en la realidad, llenándonos de sabiduría. Nos permite recolectar nuestras energías fragmentadas y recordar el significado más profundo de nuestras vidas cuando nos encontramos con lo sagrado. Nos acerca al amor.
La contemplación se puede practicar en todos los ámbitos de la vida. Cuando lavamos los platos, cambiamos al bebe o manejamos el auto. Es estar presentes con los pensamientos en lo que estamos haciendo y no en otra cosa. En nuestra actualidad llena de megabytes y mensajes ruidosos necesitamos la dimensión contemplativa más que nunca.
Veamos tres verdades fundamentales que plantean los autores sobre la vida contemplativa:
- La contemplación se nutre con atención, quietud y silencio.
La tarea aquí es cultivar la atención. Relajar la mente para vaciarla de ruido y distracciones. Esencialmente, implica soltar. Si la mente se pule con atención, se vuelve un espejo que puede reflejar lo que le llega.
- La contemplación se potencia en medio de la vida diaria.
La contemplación no es un estado especial reservado para ocasiones extraordinarias, para nacimientos y muertes o para la iglesia y la sinagoga. La contemplación debe estar en el centro de nuestra existencia diaria.
- La contemplación incluye una dimensión moral.
Hay una relación entre la contemplación y la moral: el corazón debe tener intenciones puras. Habría una contradicción entre pulir nuestra atención e intentar perjudicar a los demás. Por ejemplo, un francotirador puede ejercitar su atención para mejorar su puntería pero no tener intenciones puras ¿Cómo se purifica el corazón? Buscando lo bueno, lo bello y lo verdadero, que a veces se fusionan entre sí.
Otra forma es realizar un examen de consciencia para reconocer dónde podemos mejorar hábitos que nos perjudican. Hay que tener en cuenta que para llevar una actitud contemplativa debemos ir en contra de la corriente masiva de la cultura y la ética rápida, prefabricada y facilista. La velocidad del ritmo de vida actual nos estresa a todos y es bueno recordar, en medio de la locura generalizada, que necesitaremos cultivar ciertas actitudes:
- Paciencia:
En primer lugar, necesitamos tener paciencia. En la vida espiritual, casi nada pasa de un día para el otro. Lleva tiempo y paciencia instalarse en la vida en forma más atemporal.
Una forma de contemplación es la vida del aprendiz, que se podría llamar – según Kaufman y Zaleski – el camino de la tortuga. La tortuga nunca grita o corre. Observa el mundo con ecuanimidad, y cuida con inteligencia y serenidad sus necesidades vitales. Recordemos que la tortuga siempre gana la carrera.
- Coraje:
Necesitamos coraje. La sociedad contemporánea no fomenta la vida interior sino que la embarulla. Reconocer las bendiciones de la vida que tenemos nos hace salir de una zona de confort donde damos todo por hecho. Salirnos del lugar de la queja nos puede hacer sentir vulnerables frente a otros pero es allí donde entra una dosis de coraje.
- Necesitamos intuir que no fallaremos.
Hay un antiguo dicho: “si nosotros damos un paso, Dios da mil”. Todas las religiones concuerdan en enseñar que un pequeño esfuerzo trae aparejado una inmensa ayuda divina. Solo hay que dar el primer paso. Si esto parece muy oneroso, ánimo. Las tradiciones enseñan que el deseo de dar el primer paso a veces es suficiente. Un impulso del corazón, por más tenue que sea, traerá una respuesta.
Nuestras acciones no quedan en la nada, nada se pierde. Todas las prácticas contemplativas nos ayudan a descubrir el sentido trascendente de nuestras vidas.