por María José Iribarne
Si buscamos por Google “el hombre más feliz del mundo” aparece la foto de Matthieu Ricard. Él se ríe de esta expresión, promovida por un periodista inglés en 2007, que marcó un antes y un después de su relación con la prensa. El apelativo lo acompaña desde entonces. Dice que es absurdo que alguien pueda ser identificado como la persona más feliz del mundo. Lo cierto es que Ricard participó de un estudio sobre el comportamiento del cerebro durante la meditación y la compasión, que duró diez años. Fue liderado por Richard Davidson, un reconocido neurocientífico de la Universidad de Wisconsin.
Davidson conectó 256 sensores a la cabeza de Ricard y pudo comprobar que cuando el monje budista meditaba sobre la compasión su mente se volvía inusualmente liviana. Su cerebro producía ondas gama – las que se asocian a la conciencia, a la atención, al aprendizaje y a la memoria – que “nunca habían sido registradas en la literatura neurocientífica”, según Davidson. Las resonancias de su cerebro también mostraban una marcada actividad en la corteza prefrontal izquierda, comparada con el hemisferio derecho, lo cual le otorgaba una capacidad superior para sentir felicidad y una reducción de la propensión hacia la negatividad.
Ricard cuenta en una entrevista que ahora existen por lo menos 20 colegas suyos que han hecho el mismo estudio con excelentes resultados. Un dato que nos da mucha esperanza, si tenemos en cuenta que la mente se puede entrenar y que podemos potenciar nuestra capacidad para ser felices.
Guía Espiritual tuvo la oportunidad de entrevistar a Mathieu Ricard durante su último viaje a Buenos Aires en 2018. Su vida es extraordinaria en sí. Nació en Francia en 1946 y obtuvo un doctorado en genética molecular del Instituo Pasteur en 1972. Luego se convirtió en monje budista. Recibió la Orden de Mérito Nacional Francesa por su trabajo humanitario en el Este con la organización sin fines de lucro Karuna-Shechen, que fundó en 2000 con Rabjam Rinpoche. Actualmente es escritor y también un fotógrafo excepcional.
En primera persona: lo que aprendí de un sabio
Además de todo lo que hace Matthieu Ricard, es intérprete al francés del Dalai Lama. Al tener yo la suerte de interpretar para él al castellano, pasamos algo de tiempo juntos. Fue la primera vez que yo interpretaba para otro traductor. Comentamos que un trabajo bien hecho de un intérprete pasa inadvertido y eso es muy bueno porque quiere decir que todo fluye. Pero otras veces el intérprete se hace tan invisible que nadie suele regristrar sus esfuerzos, aunque brinde un servicio solo por amor. Ricard lo sabe bien, ya que confesó que alguna vez lo dejaron varado en un aeropuerto porque directamente se habían olvidado del intérprete.
Me generaba mucha curiosidad el monje detrás del “hombre más feliz del mundo”. Si bien él dice que es una exageración aseverar que era muy exitoso como biólogo molecular en su juventud, lo cierto es que obtuvo un doctorado estudiando bajo un premio Nobel en el Instituto Pasteur. Más que todas las amistades célebres y destacadas de su padre – un filósofo muy reconocido en Francia- y de su madre artista, a Matthieu lo deslumbró la bondad de su maestro, Kangyur Rinpoche, en sus viajes a la India cuando comprendió cuáles eran las virtudes que llevan a la verdadera felicidad. Fue allí donce intuyó las posibilidades reales que brinda la vida humana. Según nos contó en la entrevista, su post-doctorado, fueron 50 años en el Himalaya.
Descubrí que Matthieu posee un sentido del humor refinado, sobre todo a la mañana. En una oportunidad hablamos del medio ambiente, ya que él es un defensor a ultranza del planeta y de los derechos de los animales. “Yo no me como a mis amigos” contesta si se le pregunta por qué es vegetariano. Y recordó una frase magistral, mientras conversábamos en grupo, atribuyéndosela a un amigo que es activista ecológico: “Es demasiado tarde para ser pesimistas”. Un optimismo muy sabio y con urgencias correspondientes al siglo XXI.
A una de las actividades semanales, llegamos sin la agenda del día ni exactitud de horarios. ¿Qué hacemos hoy? preguntó. Mientras esperábamos que los organizadores nos informaran cuáles eran los planes, Matthieu dijo “Si uno no tiene destino, es imposible perderse. Si nadie te espera, es imposible llegar tarde.” Es un dicho tibetano, aclaró.
En un ejercicio donde cada persona debía contar en qué momento estuvo más cerca de sí mismo, de su ser, la mayoría de los participantes compartió momentos cruciales de la vida como fueron el nacimiento de sus hijos. Pero Matthieu explicó que la intimidad con la conciencia no se da en un hecho externo sino que es un encuentro interior. Es un momento de reconocimiento, no una instancia de dejarse arrastrar por la corriente de los sentimientos – sean éstos maravillosos o terribles – sino de sentarse afuera en la orilla, sobre una piedra, en la verdadera calma, viendo pasar los pensamientos y las emociones.
Lo que más agradezco es la claridad que nos dejó, para siempre, respecto de la compasión. Aprendimos que la empatía no es lo mismo que la compasión, y esto nos ayudó mucho. En sus propias palabras durante la entrevista para Guía Espiritual:
“Muchos seres sufren y si uno no sabe que sufren no hará nada por aliviar ese sufrimiento. O sea que la empatía es la alarma, la luz roja que se prende cuando vemos que una persona está sufriendo. Entonces tenemos una reacción de resonancia afectiva y sufrimos porque ellos también sufren. (…) Si somos benevolentes, y la empatía nos dice que esta persona está sufriendo, la benevolencia se transforma en compasión y es allí donde nos sentimos que tenemos que remediar el sufrimiento de otros y las causas del sufrimiento”.
Benevolencia es una palabra que usamos poco en el lenguaje diario y significa tener buena voluntad o afecto hacia alguien sobre el que se tiene poder o autoridad. Y si bien la palabra compasión se usa bastante actualmente, es importante entender – desde el punto de vista espiritual – qué se entiende por compasión.
Sigue Matthieu:
“La compasión es la aplicación del amor altruista al sufrimiento que se dispara por el catalizador que es la empatía. (…) No necesitamos que la empatía esté activa todo el tiempo porque si no, nos agotamos. Luego, la compasión es valiente, es constructiva, nos refuerza el coraje, no nos drena los recursos internos sino que los aumenta.”
El ejemplo concreto que él da a continuación es el de un médico en el campo de batalla cuyo coraje aumenta con el número de heridos. Si el médico se pone a llorar frente al primer herido se desmorona ahí mismo y no logrará hacer nada. Por eso, es necesario trascender la empatía.
Fue un momento de gran revelación. Pensé en tantas veces que me había quedado en la empatía, llorando por la otra persona, ahogada en sentimientos, pero sin poder dar el paso siguiente que es la actitud compasiva y que lleva siempre a la acción y no a la pasividad.
Por último, Matthieu reforzó en mí la convicción de que la mente se puede entrenar. Y que la capacitación de la mente puede fortalecernos y lograr que cada vez más gente sea altruista. Aunque en principio parezca módica, es una muy buena noticia para la humanidad.
Libros de Matthieu Ricard en español:
- El arte de la meditación
- En defensa de la felicidad
- En defensa de los animales
- En defensa del altruismo
- El infinito en la palma de la mano
- Acción y meditación
- Economía solidaria
- Tres amigos en busca de la sabiduría
- El monje y el filósofo
- Cerebro y meditación
- Transmitir: Lo que aportamos unos a otros
- El Budismo explicado a los occidentales