Por Virginia Francisco
Los grandes maestros espirituales enseñan que la confianza es una virtud muy necesaria en todo camino de autoconocimiento. Pensemos en un estudiante: es gracias a la confianza que tiene en su maestro, que el alumno puede escuchar lo que éste tiene para enseñarle, y asimilarlo para luego aprovecharlo. Sin la capacidad de confiar no nos atreveríamos a aventurarnos más allá de lo que vemos o comprendemos desde el lugar donde nos encontramos.
¿En qué deberíamos confiar cuando buscamos la autorrealización? En el simple hecho de que la misma inteligencia natural que está dirigiendo las miles y complejas funciones dentro de nuestro cuerpo en este momento, que rige los ciclos de las estaciones, que determina la duración de los días y de las noches, que hace de una semilla un gran roble, también se está desplegando dentro de nosotros, llevándonos hacia nuestra máxima versión creativa. Y si es tan evidente en toda la naturaleza, ¿por qué no habría de serlo en nosotros, que somos tan naturales como los ríos, las montañas y las estrellas?
Si hay algo de lo que no podemos dudar al contemplar el maravilloso universo del que formamos parte, es que está gobernado por un orden inteligente, por una ley natural. A éste mismo orden hizo referencia Jesús en los evangelios al decir:
“Por eso les digo: No anden preocupados por su vida, qué comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán. ¿No vale la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?
¿Y quién de ustedes podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué se preocupan? Consideren los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero les digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.
Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más con ustedes, hombres de poca fe? No se preocupen, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?” (Mateo, 25-31)
Un maravilloso ejemplo de lo que implica la entrega incondicional a esta profunda inteligencia de la vida, es la historia de vida que relata Michael Singer en su libro “Experimento Rendición. Un encuentro con la perfección de la vida”. De joven, emprendió su práctica espiritual con gran dedicación, disciplina y compromiso, e hizo de la entrega y de la confianza en lo que la vida le trajera su práctica principal durante todo el resto de su vida. Es fascinante constatar a través de sus vívidos relatos, cómo esta inteligencia natural nos lleva a experiencias mucho más grandes, profundas y plenas que las que hubiéramos podido soñar, y mucho menos planear, cuando aprendemos a confiar y entregarnos. Singer relata cómo su experimento personal de entrega lo llevó a alcanzar, sin imaginarlo con anterioridad, la cima del éxito social y profesional, al tiempo que ahondaba en su realización espiritual.
Esto no implica que las cosas vayan a transcurrir plácidamente y sin desafíos. Sino que la confianza nos permite ver que junto con cada desafío se presenta también una herramienta o alternativa para resolverlo.
¿Cómo podemos desarrollar esta confianza y entrega a todo lo que la vida nos propone? Hay dos caminos posibles: mediante el conocimiento o mediante el amor. Y ambos son cultivables.
- El conocimiento nos llevará a comprender que la vida no es caótica, ni caprichosa, ni mecánica, sino que todo lo que nos sucede es para ayudarnos a ser más conscientes y así reconocer nuestra real naturaleza, más allá de conceptos falsos o distorsionados.
- El amor es la fuerza que nos saca de nosotros mismos y de nuestros miedos limitantes y nos eleva a un plano donde podemos expandirnos y ser más: más conscientes, más libres, más receptivos para recibir los dones del amor.
Seamos como lirios del campo. Como los pájaros. Como los árboles. Todos ellos son maestros enseñándonos a confiar. En las sabias palabras de Herman Hesse: “Un árbol dice: mi fuerza es la confianza. No sé nada sobre mis padres, no sé nada sobre los miles de hijos que cada año brotan de mí. Encarno el secreto de mi semilla hasta el final, y no me fijo en nada más. Confío en que Dios está en mí. Confío en que mi labor es sagrada. Por esta confianza vivo.”