Con lo que queda
El gran violinista israelí Itzhak Perlman tuvo polio cuando era niño, y desde entonces se desplaza en una silla de ruedas. El solo hecho de subir y bajar del escenario con muletas es dificultoso y necesita tocar el violín sentado.
Una tarde, durante un concierto a sala llena en el Lincoln Center de Nueva York, apenas había tocado unos pocos compases de una obra cuando se oyó un chasquido: una de las cuerdas de su violín se había cortado. Todos creyeron que agarraría sus muletas y que lo verían esforzarse por bajar del escenario para buscar otro violín. Pero no fue lo que hizo. Para el asombro de todos, cerró los ojos y tocó su violín con pasión y dedicación.
El público jamás había oído algo así.
Por supuesto, es imposible interpretar una obra sinfónica con sólo tres cuerdas. Todos lo sabemos. Pero esa noche, Perlman se rehusó a seguir las normas establecidas, y con genio y coraje, creó espontáneamente nuevas armonías que dieron una insólita belleza y un nuevo valor a su interpretación. Cuando finalizó, hubo un gran silencio en el auditorio, con el público entre conmovido y perplejo. Y después todos se pusieron de pie para ovacionarlo. La música que tocó esa noche fue más bella que cualquiera que hubiera interpretado antes.
A medida que se fueron apagando los aplausos, lo invitaron a decir algunas palabras. Dijo una sola frase. Todo el mundo supo comprender que aludía a mucho más que una cuerda de violín rota:
“Nuestro trabajo es hacer música con lo que queda”.
En la vida, todos estamos en el escenario. Mucho hay roto en cada uno de nosotros. Pero es preciso tocar, aun cuando tenemos sólo tres cuerdas. Toquemos con tres cuerdas, toquemos con dos cuerdas. Con esos instrumentos imperfectos somos capaces de crear música más celestial de lo que jamás hemos imaginado.
¿Qué somos capaces de hacer con lo que nos queda?